jueves, 2 de octubre de 2008

Henry Lee Lucas, ¿retrato de un asesino?

La realidad de los psicokillers es en ocasiones muy compleja. Tan compleja es, que a veces la línea entre la imaginación de estos sujetos y la simple verdad es muy ténue.
La popularidad, uno de los grandes motores que empuja a estos individuos a ser como son, puede provocar que se atribuyan crímenes que no han cometido, para permanecer en las primeras páginas de los periódicos o en los titulares de las noticias.
¿Fue Henry Lee Lucas un asesino en serie o un simple enfermo mental que se atribuyó más de 600 asesinatos en diferentes Estados de la Unión?
Lo que es cierto es que su primera víctima humana fue su propia madre, el día 11 de enero de 1960.
Viola Lucas, una prostituta alcohólica de Blacksburg (Virginia), había conducido la vida de Henry y sus nueve hermanos por una infancia terrible, cruel y dura.
Los hermanos eran golpeados y maltratados por la mujer, bajo la mirada ausente de su padre, un lisiado también alcohólico que murió a causa de una enfermedad.
Los demás hermanos tuvieron ocasión de huir de la miseria familiar gracias a un programa de acogimiento en otras familias. Henry no tiene esa suerte y es sometido a un maltrato constante, que incluso le costó un ojo.
La desidia de su madre provocó que tras una paliza de la mujer no fuera atendido de una herida en el ojo y tras tres días de insoportable dolor e infecciones, fue extirpado.
También le vestía de niña, y de esa guisa lo enviaba al colegio, con todos los problemas que esto podía causar al joven.
Tras ser arrestado por varios pequeños robos y violencia contra animales, una de los tres avisos de que existe una psicopatía lantente, huyó de su casa.
Su madre intentó que volviera a casa, y se personó hasta la casa de la hermana que le acogió.
La pelea fue terrible, y aunque no se conoce de manera exacta lo que sucedió, el resultado sí que es inequívoco.
El cuerpo de Viola Lucas yació muerto frente a Henry, que le había asesinado en mitad de la pelea que se provocó.
Intentó escapar, pero fue detenido en Toledo (Ohio). En su confesión, declaró haber abusado sexualmente del cadáver.
Durante quince años cumplió condena por matricidio, y fue puesto en libertad el año 1975, cuando ya contaba con 39 años de edad.
El destino que le aguardaba en la calle, fuera del presidio, no era demasiado halagüeno. Se dedició a vagabundear sin rumbo fijo, y fue así como conoció a Ottis Toole, otro sin techo que atesoraba en su interior tanta maldad y malevolencia como el propio Henry. Su afición se decantaba por la piromanía, y como no, por la salvaje emoción de acabar con las vidas de sus semejantes.
Ambos comenzaron a caminar juntos, y se unió a ellos la joven Frieda Powell, conocida como Becky, sobrina de Ottis y que acabó enamorada del ya maduro asesino.
Los tres se refugiaron durante una temporada en una comuna religiosa en Texas. Allí realizan varios trabajos “legales”, pero sus aficiones son bastante distintos.
En esa época, entre 1976 y 1981 se concentraron el mayor número de crímenes de la pareja.
Su modus operando fue caótico. Daba igual quien moría. No importaba si era hombre o mujer. Si los dos criminales salían “de caza”, pobre del que se cruzara en su camino.
Mujeres, hombres, niños, e incluso animales, eran víctimas propiciatorias de sus mentes perversas. El sexo con los cadáveres, e incluso se sospecha de canibalismo, era una de las atrocidades que cometían los dos sádicos comprades.
Becky, mientras, se sintió abandonada y quiso volver hasta Florida, donde había nacido y se había criado. Henry discutió con ella y se avinó a llevarla hasta allí, aún en contra de sus deseos.
La joven no llegó nunca a su hogar. La confesión de Henry determinó que la mató a cuchilladas en un descampado y la descuartizó, no sin mantener sus habituales actividades sexuales con el cuerpo.
Al cabo de unos días, fue detenido nuevamente por tenencia ilegal de armas, y en el calabozo, confesó haber cometido un número indeterminado de asesinatos, algunos ocn la ayuda y colaboración de Toole.
El escándalo fue mayúsculo. Se sucedían los nombres, las situaciones, los asesinatos…
Se les relacionaba con cualquier desaparición o muerte violenta que se había producido en su zona de actuación, pero si un caso tuvo relevancia fue el de “Calcetines Rojos”, una mujer joven que no se pudo identificar y que se convirtió en el asunto que abanderó el caso contra Henry.
Durante el juicio, hubieron numerosas dudas sobre la autoría de muchos de esos crímenes, pero sí se lograron demostrar un buen número de ellos.
Queda la duda de cuantas personas fueron víctimas de este par de crueles asesinos, pero se barajaron cifras que oscilaron entre los 200 y los 600. Las declaraciones confusas y contradictorias de Henry provocaron aún más dudas, pero finalmente fue condenado a muerte en Texas.
Irónicamente, esta pena fue conmutada a cadena perpetua por el hoy todavía presidente de los Estados Unidos y entonces gobernador de Texas, George W. Bush. El único que se salvó por la firma del mismo.
Medró en prisión, orgulloso de su fama, ofreciendo de ven en cuando declaraciones en las que incluía sectas satánicas y otros argumentos.
El mes de marzo de 2001 falleció en prisión por causas naturales, dejando tras de sí una estela de muerte, confusión y terror.

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