lunes, 11 de febrero de 2008

Jeffrey Dahmer, amor más allá de la demencia


Piromanía, crueldad con los animales, incontinencia nocturna… son los síntomas clásicos de los desarreglos mentales que conducen con el paso de los años a convertirse en candidato perfecto para aparecer en esta página.

Jeffrey Dahmer, sin embargo, no se ajustaba a ese perfil. Sin embargo, sí se dice que disfrutaba observando los cadáveres de los pequeños animales que morían en el jardín de su casa de Milwakee y sentía una especial atracción por los huesos de pajarillos que encontraba bajo los árboles. Tampoco escapaban de su escrutinio los animales muertos junto las carreteras, a los que dedicaba tiempo y estudio para quien sabe qué extraños pensamientos que le surcaban su temprana mente.

Estas ocupaciones tenían en su agenda más relevancia que el echo de relacionarse con sus compañeros de colegio, donde no contaba con amigos y presentaba un carácter tímido y ausente. Pese a eso, y sin llegar a destacar en las notas, no pasó mal su época de estudios.

Nació en 1960, y comenzó su fulgurante carrera como asesino en serie en cuanto tuvo 18 años. Antes, comenzó a tener un comportamiento algo errático, debido a su condición sexual, que ocultó a causa de la incomprensión reinante en la sociedad de su ciudad natal. Pero no se trataba sólo de su recién descubierta homosexualidad: sus fantasías se poblaban de relaciones con cuerpos sin vida, un asunto que le turbaba desde los 14 años, pero que contuvo hasta ese terrible momento en que asesinó a su primera víctima.

Se trataba de Steven Hicks, un muchacho con el que mantuvo relaciones durante una noche. Al amanecer, el joven quiso irse, pero el ansia posesiva de Dahmer no podía dejarlo marchar. Ante la tesitura, le golpeó en la cabeza y lo mató.

Para hacer desparecer el cuerpo, pensó en aquellos pájaros muertos, y cómo quedaron sus huesecillos dispersos. Así, cogió una sierra, y cortó el cuerpo en diferentes trozos. Los enterró en un campo cercano a su casa.

Sus huellas se pierden durante un tiempo, en el que parece ser que no cometió ninguna tropelía reseñable. No quiere decir esto que su carácter y su mente cambiasen, sino que las faltas cometidas en este periodo no llamaron la atención más allá de pendencias y otras situaciones. Todas ellas, causadas por el alcohol, al que era adicto.

Estuvo en la universidad y en el ejército, destinado en Alemania, pero como ya se ha comentado, su alcoholismo provocó su expulsión de las Fuerzas Armadas.

Tardó un poco más en reincidir en sus atrocidades, pero con este tipo de personas, la duda nunca se acomoda durante mucho tiempo.

En 1989 ya era considerado un exhibicionista y un peligro para los niños. Fue detenido en varias ocasiones por acosar a menores con sus prácticas exhibicionistas y también, por haber querido desenterrar a un joven recién fallecido para mantener con el cadaver relaciones sexuales.

Una joya, el amigo Dahmer.

A diferencia de otros semejantes, Jeffrey sí tuvo el apoyo de sus padres, sobre todo, de su progenitor. Lionel Dahmer intentó por todos los medios encauzar a su hijo, hacerle recapacitar e intentar llevarle por la senda de la vida normal.

Sus intentos, aunque valerosos y pacientes, caían una y otra vez en el más clamoroso fracaso.

El díscolo hijo frecuentaba locales de ambiente, y no era raro que llevara a su apartamento a algún joven con ganas de pasarlo bien. Así ocurrió con Steven Toumi, con el que mantuvo relaciones y como en el caso anterior, asesinó por la mañana. Nuevamente, desmembró el cadáver y lo ocultó en la casa de su abuela, no sin antes culminar el acto sexual con la inerte figura.

Se quedó, eso sí, la cabeza, a la que despojó de toda la carne y guardó la calavera, camuflada como si se tratase de un cráneo de plástico.

Después vendrían los casos de Jamie Doxtator, de catorce años y Richard Guerrero, también menor de edad.

Si los chicos no querían quedarse con él, al menos quedaba parte de ellos en su apartamento, pensaba.

Y esa parte solía ser la cabeza y los genitales, que coleccionaba y conservaba en formol.

El resto del cuerpo, lo ocultaba, aunque parte de él lo comía, para mantener en su interior el recuerdo de sus amantes.

Pero esto no fue todo.

Su mente ideó un nuevo plan. ¿Para qué matar a los amantes si podía tenerlos, de manera que hicieran todo lo que él quería? A partir de entonces, los conservaría como zombis.

Konerak Sinthasomphone fue su primera víctima. Trepanó su cráneo e inyectó ácido en su cerebro, privándole de la voluntad. Aún así, el joven consiguió escapar y fue interceptado por una pareja de policías. Dahmer consiguió convencerles de que este joven de 19 años era su amante, y tenía problemas con las drogas. Los agentes salieron del apartamento con prisas, ahuyentados por el mal olor que surgía de él. Quizás, si se hubieran detenido a observar, habrían encontrado el cadáver en descomposición que se encontraba en la habitación de al lado, así como todos los trofeos que almacenaba en el comedor.

El joven fue estrangulado esa misma tarde, en castigo por su osadía.

El 22 de julio de 1991 Tracy Edwards corrió mejor suerte. Consiguió huir y en esta ocasión, la policía sí encontró toda la macabra escena en casa de Dahmer.

Un cadáver a medio descuartizar, los frascos de formol y una cabeza en el congelador condenaron al terrible asesino de Milwakee, que acabó siendo ejecutado por otro recluso en prisión. Todas sus víctimas eran personas de color, y fue un preso afroamericano el que terminó con su vida, el 28 de noviembre de 1994.

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